Ser árbitro: una profesión de riesgo

Ser árbitro: una profesión de riesgo

Da igual si es en fútbol, baloncesto, balonmano o lo que sea, si alguien tiene la culpa de un resultado, será el árbitro.

Cierto es que el fútbol mueve masas, ergo los colegiados están observados con lupa continuamente y a cada mínimo error, se les echa en cara todo el trabajo de un partido.

Sin árbitros no hay deporte, pues si nadie aplica las normas, con mayor o menor fortuna, sería impensable la práctica de un juego federado, a no ser que vivamos en un utópico mundo de perfeccionismo en el que todos cumplan las reglas para que siempre gane el que lo merezca.

La figura del juez en el deporte necesita mayor respeto. La sociedad tiene demasiado interiorizado el insulto al árbitro, en cada jugada, en cada polémica, incluso hasta si pita a favor de nuestro equipo. El caso es protestar.

Lo peor de todo repercute en la educación. Si un energúmeno no tiene dos dedos de frente, pues que se le va a hacer, puede que no tenga remedio. El problema viene cuando los más jóvenes lo escuchan, ven como otras personas ríen sus gracias e improperios hacia el colegiado y, por encima de todo, animan a dichos chicos a que ellos también humillen al señor o señora que viste diferente en el campo.

Esa es otra. Sólo queda creer que es una pequeña parte del público y en dinámica regresiva, pues la intolerancia hacia mujeres árbitras es inasumible. Otro caso reciente, el del primer colegiado abiertamente gay del fútbol. Sus declaraciones asegurando que vivía en un infierno que le obligó a dejar su pasión, son absolutamente desgarradoras.

En qué país vivimos para que una persona, por su orientación sexual, tenga que dejar de hacer lo que más le gusta, que no es otra cosa que una profesión necesaria para que tanta gente disfrute y que tan poca agradece.

Los árbitros poseen una fuerte mentalidad, no les queda otra. De nuevo, el respeto hacia los demás es una lacra que provoca sufrimiento. Cuán fácil es insultar, que tan difícil es empatizar.

 

 

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